En los primeros 18 años del Siglo XXI, en Estados Unidos habían muerto 128 estudiantes a causa de un tiroteo. 218.000 eran los afectados de manera directa en los más de 220 tiroteos registrados hasta ese año 2018. Solo en el año 2021, murieron en ese país la friolera de 20.920 personas por violencia con armas de fuego. La media de menores muertos cada año por armas de fuego asciende a más de 3.500… Y así, podríamos llenar la página con cifras tan apabullantemente dolorosas como esas.
Tan dolorosas, como los titulares que hemos leído estos días justo después de que, una vez más, en el país que presume de la democracia más avanzada del planeta, un chalado sin escrúpulos se levantara de la cama con la firme intención de acabar con la vida de varios chiquillos en una escuela de primaria además de la de alguno de sus profesores. Nada menos que 19 niños, de entre 9 y 10 años, y 2 profesores. Todos, víctimas inocentes de una sociedad que permite que una tras otra estas lamentables desgracias se sucedan sin hacer nada por evitarlo, aparte de salir en televisión muchos de sus famosos condenando con más o menos vehemencia los hechos; y sabiendo, que después de varios días, el asunto dejará de ser noticia, y los únicos que seguirán lamentándose de esta terrible desgracia serán los pobres padres, hermanos, primos, amigos, compañeros, o simples conocidos de aquellos que perecieron una triste mañana en la que salieron de sus respectivas casas convencidos de que nada impediría que regresaran a ella para continuar con normalidad viviendo el resto de su aún larga existencia. Tan solo diez años, por Dios, ¿alguien puede creerlo?
La cuestión, es que más allá de culpar a esos chiflados que un día se levantan pensando que la solución a todos sus problemas pasa por acabar con la vida de varios niños, además de la suya propia (lástima que no pensaron en invertir el orden de los factores esa misma mañana); incluso más allá de tratar de analizar por qué un joven aparentemente normal, por muchos problemas que tenga, no encuentra ni solución coherente ni suficiente apoyo alrededor para tratar de despejar de su cabeza los fantasmas del desaliento más superlativo que se pueda uno imaginar, lo que no podemos olvidar es que estas cosas suceden porque todos estos infelices han nacido y crecido convencidos de que es absolutamente normal tener un arma cerca. Ni más, ni menos. Puede que incluso en su propia casa, en el cajón de la mesita del dormitorio de alguno de sus progenitores, por si acaso un día, un enajenado del mismo nivel que ellos, decidía asaltarles a punta de pistola.
Seguramente parte de esto que voy a afirmar es un cliché televisivo, pero si como asegura la Asociación Nacional del Rifle tiene más de 16.000.000 de seguidores, muchos de ellos con tanto poder político y económico que nadie les puede meter mano, puedo imaginarme a familias enteras acudiendo a misa los domingos a rezarle a un Dios misericordioso en el que creen a pie juntillas, y regresando a su hogar una hora más tarde a limpiar la pistolita que guardan como oro en paño junto a la Biblia. Esta idea, la del buen padre de familia enseñando a su hijo adolescente a usar un Colt Ar-15 —un juguetito del que se venden alrededor de 1.5 millones de unidades al año, así que podéis imaginar cuántos de estos padres ejemplares tienen uno en casa, si no más—, cuando para lo único que les puede servir en el futuro esa enseñanza es para dispararle a otra persona, me genera un sentimiento de rechazo sublime. Casi tan grande, como el que me produce ver una pistola fuera de la funda de alguien que de verdad sabe y debe usarla aquí en España.
Y es que aunque nos cueste admitirlo, y dejando a un lado las cuestiones monetarias, que en este asunto de las armas en Estados Unidos son quizás la otra parte del problema, el rasero de la normalidad no es el mismo dependiendo de dónde tenemos la suerte de caer cuando nacemos. Y si no, que se lo digan también a esas pobres chicas que hace unos días fueron arrancadas de su casa en Barcelona para morir asesinadas por no acatar una doctrina familiar. Seguramente esa gente que decidió por ellas, sangre de su sangre, entendía que era totalmente normal pasarlas por el garrote por no acceder a venderse como pura mercancía que eran. Estas y otras, iguales en muchas partes del mundo, que tuvieron la mala suerte de nacer mujeres en el seno de una cultura tan extremista y retrógrada que piensa precisamente que las mujeres solo sirven para perpetuar la especie.
No quiero extenderme mucho más, porque todo lo que diga aquí probablemente esté dicho ya. Pero antes de acabar, sí me gustaría poner un punto para la reflexión y la autocrítica. Si somos conscientes de que realidades como esta última que acabo de comentar existen en muchas partes del mundo, o viendo que una y otra vez estas masacres estudiantiles se repiten en Estados Unidos y a pesar de ello la mitad de su población ni se plantea prohibir la venta libre de armas, comportamientos que para nosotros son inconcebibles aunque para otras culturas o sociedades son asimilables, ¿estaremos aquí, en España me refiero, en nuestra sociedad actual y moderna, haciendo alguna cosa que a los ojos de alguien que mire con más distancia resulte una absoluta barbaridad? ¿Os habéis atrevido alguna vez a hacer esta reflexión? Probablemente baste con detenerse un segundo a observar más de cerca, pero hacerlo con ojo crítico y sincero. Estoy convencido de que sin ser tan grave como esa matanza en Texas, o como el asesinato de las dos chicas de Terrasa, eso espero, encontraremos algo de lo que tendríamos arrepentirnos una y mil veces, aunque solamente sea por mirar hacia otro lado cuando nunca debiéramos hacerlo.
Francisco Ajates
Quiero que sepas que suscribo todas y cada una de tus palabras, eso vaya por delante. Podemos estar hablando largo y tendido sobre el tema, rebanarnos la cabeza pensando cómo es posible que hechos así ocurran y de qué forma se pueden evitar. Los factores puramente culturales que hay detrás de todas éstas desgracias se pueden subsanar con cultura, el problema viene cuando detrás de los factores culturales están los económicos, en ese punto hemos mordido en hueso. Me da miedo que estemos absorbiendo muchas cosas de la cultura americana, no todas buenas, esperemos que esos puntos tan negativos los dejemos al otro lado del charco. Yo tampoco me voy a extender, todo está hablado, simplemente agradecer que en ese punto estemos muchísimo más avanzados que ellos.