Una elección para la discordia

Y digo yo, ¿no nos estaremos empezando a volver locos? Algunos ya lo estamos desde hace tiempo, pero lo que ha pasado esta semana con el resultado del insigne festival de Benidorm, creo que ha venido a confirmar que la especie humana, al menos la de este lado del continente, está comenzando a sufrir una especie de delirium tremens, seguramente derivado de estos dos años de pandemia que ya llevamos cargados en la mochila.

De verdad que me cuesta creer el petate que se ha formado porque esta pobre chica, que hasta hace una semana era prácticamente desconocida para el gran público, se haya proclamado la elegida para representar a España en el arrinconado al olvido Festival de Eurovisión.

Parece de chiste. Porque si como digo, llevamos años contemplando de qué manera el famoso concurso televisivo se devaluaba en España con cada edición, gracias sobre todo al desastre en el resultado que coleccionaba el elegido concursante español de turno, no parece de recibo que ahora el asunto de la elección haya tomado visos de tragedia nacional. Pero a ver, si a la gran mayoría nos cuesta recordar quién fue el representante español de la edición anterior, y mucho menos el resultado; quizás, porque hace una eternidad que no somos capaces de cosechar suficientes votos de las naciones vecinas como para llegar más allá del quinto puesto por la cola. ¿Es posible que ahora nos haya dado un ataque de locura porque no nos gusta quien va a ir a cantar este año?

Pero es que además, si con la histeria colectiva no hemos tenido bastante, hasta ha habido representantes políticos que han pensado en que la ocasión la pintaban calva para reivindicar algún tipo de ofensa patria, debido principalmente a que algunas de las concursantes, que al final es lo que eran todos, meros concursantes de un programa televisivo con normas propias y un jurado, interpretaban una canción en gallego. A este respecto, y no quiero ser muy duro con el asunto, me pregunto yo: «¿hubiese sido lo mismo si las muchachas cantasen, ya no digo en catalán, Dios me libre, simplemente en “valencià”, por ejemplo? ¿O es que el gallego es más español que la lengua que se habla en la Costa del Azahar?» Me da la sensación de que no, de que al final, ese temilla de la lengua hubiese pasado desapercibido, y más de alguno contento de que el idioma elegido para representar a España no fuese uno tan similar al catalán. Y que conste que no me extraña, sobre todo por lo mucho que los partidos nacionalistas catalanes han hecho por ganarse este rechazo unánime del resto de la población en este país. Ya veis, un ejemplo más de que los separatismos a la fuerza no traen nada bueno, porque en lugar de acercar al resto a una lengua tan bonita, lo que han conseguido es que cada día nos sintamos más distantes.

Pero en fin, dejando atrás este asunto político, lo peor de todo es que a la vencedora del concurso se le ha terminado por condenar a muerte en las redes sociales y medios afines, cuando lo único que hizo ella fue saltar al escenario a hacer lo que mejor sabe hacer, que es cantar y bailar. Y al final, después de la alegría por ganar, se ha dado de bruces con la realidad de este país. En España desde hace tiempo lo que se lleva es la confrontación, y si constantemente estamos viendo que los máximos representantes del entendimiento se tiran los trastos a la cabeza solamente por jugar al juego del desprestigio, pues el resto no íbamos a ser menos. Y ahora, aunque como digo nos importa un comino desde hace tiempo lo que suceda con el Festival de Eurovisión, pues resulta que de golpe la elección del cantante se ha convertido en una cuestión de vida o muerte, y hace ya casi una semana que nos estamos rasgando las vestiduras por la injusticia del resultado.

Me da a mí, aunque al final nos guste o no, que con esto de las votaciones, los organizadores del concurso han conseguido el objetivo que pretendían, que no era otro que revalorizar un producto que llevaba años en el más oscuro ostracismo. Han logrado algo que ya alcanzara Buenafuente allá por el 2008, cuando provocó el mayor cisma televisivo que se recuerda. Él solito, en una especie de boicot a un canal de la competencia, y aprovechando el desliz de los organizadores que pensaron que el voto del público era suficiente para lograr una elección con cierto grado de coherencia, con la ayuda de su audiencia y de la manipulación que da la publicidad, fue capaz de nombrar representante español a un cómico, uno de los malos, metido a cantante. Aquella graciosa desfachatez también hizo que consumiésemos televisión pegados al sofá durante una buena temporada. Así que, viendo este grado de adulteración social, ¿alguien pensó entonces que alguna vez más se iba a permitir que el voto de la audiencia tomase una decisión de este pelo? Por supuesto que no.

Por el bien de todos, dejemos entonces que esta chica, Chanel, que aún no había dicho su nombre, disfrute de su momento. Porque cuando llegue el concurso, mucho me temo que terminará igual que los que la han precedido estos últimos años. Y entonces volverán a lloverle los palos. Alguno dirá incluso que los merece, que se veía venir, como si antes no hubiese sido lo mismo. Lo único bueno para ella es que al año siguiente, nadie se acordará de esto. A ver con qué nos sorprenden entonces para llamar de nuevo nuestra atención y hacer que nos olvidemos durante una temporada de las cosas que sí de verdad importan.

Francisco Ajates

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