Política o farándula.

Al final, con lo que ha ocurrido esta semana en el universo político, hemos logrado darle la vuelta a este país. Lo hemos girado tanto sobre sí mismo, que dos mundos otrora completamente antagónicos, han coincidido estos días en luchar por el protagonismo informativo, y uno y el otro se han mezclado hasta el punto de hacerlos prácticamente indistinguibles.

Y es que el terremoto político con epicentro en Murcia ha sido de tal envergadura, que las ondas de este seísmo de despropósitos han terminado por sacudir a todo el estamento político hasta el punto de que todavía hoy, después de varios días, no sabemos cuáles serán los edificios que acaben derrumbándose sobre sus propios cimientos. Sobre todo teniendo en cuenta que alguno de estos edificios ya llevaba tiempo tambaleándose, en gran medida por no ser capaces sus arquitectos de mantener un criterio sólido sobre el que apoyar toda la estructura.

Y lo peor de todo, algo a lo que ya estamos acostumbrados en España, es que cuando las cosas se ponen feas, nuestros gobernantes son los primeros en tirarse al barro a repartir leches dialécticas, muchas veces pretendiendo camuflar los mamporros entre términos de una magnitud tan grande que solo por utilizarlos tan a la ligera debería de caerles la cara al suelo de pura vergüenza. ¿Cuándo se van a dar cuenta todos estos de que el discurso de la confrontación ya no convence a nadie, por mucho que lo llenen con demagogia?

La cuestión, es que como siempre, ha hecho falta muy poco para que vuelva a saltar el muelle de la discordia, y coronavirus a parte, los noticiarios se han llenado una vez más de grandes salvadores de la patria sumándose al carro del oportunismo para tratar de pescar en río revuelto, quizás porque a día de hoy ninguno es capaz de formular un discurso constructivo, y basan sus estrategias en tirarle mierda al de al lado sin importar las consecuencias. Me da la sensación de que había mucha gente agazapada esperando pillar un motivo cualquiera para hacer saltar la banca, y eso es justo lo que ha ocurrido.

Y es que no hay quién pueda con ellos, la verdad. Entre todos estos que están arriba, han conseguido devaluar una profesión tan digna como la de político, y sin darse cuenta provocan en la población justo el efecto contrario de lo que pretenden, que es casi siempre rechazo. Algo que me entristece una barbaridad, en sobremanera por la cantidad de gente que se dedica a esto por pura vocación, muchas veces casi sin recompensa ni protagonismo, y con el único objetivo de ayudar al vecino, sea del color que sea el partido al que pertenece. Eso sí es política y no lo que hacen todos estos gurús que ofrecen la salvación divina por un puñado de votos.

En España hoy, cuando se habla de alta política, el concepto de “todo vale” está un tanto distorsionado, y creo que eso es un error enorme del que va siendo hora que alguien se dé cuenta. Veréis como cuando lo haga, cuando aparezca alguno o alguna con más cabeza que corazón, con más moderación que espíritu combativo, se va a llevar de calle unas elecciones, y si no al tiempo. La diversidad de ideas es fantástica, es una prueba irrefutable de madurez democrática. Pero mientras que los que representan estas ideas no sean capaces de llegar a acuerdos, de tratarse con un mínimo de respeto, lo único que vamos a lograr con tanta disputa política es empujar al país a un estado de zozobra perpetuo del que no vamos a ser capaces de salir por nuestra cuenta; de seguir así, cada vez tendrán más peso en las elecciones, más del que ya tienen, los votos del descontento, y esos son precisamente los que no suelen llamar a las puertas del progreso.

Mientras tanto esto no suceda, seguirá pasando lo que ha ocurrido esta semana, y es que viendo la televisión o leyendo los periódicos, no he sido capaz de distinguir el discurso de Gabilondo hablando del Socialcomunismo del de Kiko Matamoros en Sálvame opinando sobre el nuevo documental de Rociito. Y es que al final, hemos conseguido retorcer tanto este país, que la política se ha convertido en farándula. Pero farándula de la más casposa.

Francisco Ajates

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