La realidad asusta más que la incertidumbre de las vacunas

Hace mucho tiempo que la información se ha convertido en negocio, y desde el momento en el que se mercantiliza la noticia, la manipulación se convierte en una eficaz herramienta para el que la vende.

Durante los últimos veinte años el flujo de información, y desinformación, con el que convivimos es tan apabullante, que cualquier cosa que logre captar nuestra atención durante un par de minutos seguidos de pronto se convierte en tendencia, su productividad se multiplica de manera exponencial, y el ansia por alimentar el apetito del espectador se vuelve un acicate para retorcer sin escrúpulos la verdad hasta hacer que un simple dato, algo que en otra circunstancia no pasaría de una triste estadística consecuencia siempre de la heterogeneidad del ser humano, de pronto se transforme en el argumento negacionista de mesías visionarios que aunque tienen el cerebro frito por las drogas, consiguen media hora en televisión para despreciar sin escrúpulos los casi 3 millones de muertos que ya se ha cobrado esta pandemia en todo el mundo.

Es perfectamente entendible que la gente tenga miedo, sobre todo a lo desconocido, y eso es precisamente lo que son estas vacunas para nosotros, lo son incluso para los que las han patentado —sobre el debate de las patentes quizás hablemos otro día—. Pero no debemos confundir el riesgo con la percepción del mismo, que es precisamente lo que significa el miedo. Esto que parece un juego de palabras, es fácilmente entendible con algún ejemplo.

En el año 2018 en el mundo se murieron 1,35 millones de personas en accidente de tráfico, frente a las poco más de 200 que fallecieron en un accidente aéreo. Visto esto, no parece normal que haya tanta gente que tiene miedo a montar en un avión, y prácticamente nadie lo tenga a viajar en coche; más allá de hacerlo con un abuelo de 90 años al volante, el mismo que acostumbra a sacar el morro del viejo R9 para comprobar si viene alguien por el otro carril un instante antes de hacer el adelantamiento. Bueno, bromas aparte, este dato apabullante es casi el mismo que el que representan ahora los datos de incidencia con las vacunas. Y es que después de llevar un año bailando con el Coronavirus, hemos dejado de temerle, quizás porque tenemos la falsa, y triste, impresión de que solo se llevará por delante a ese anciano del R9, y ya no somos capaces de valorar el verdadero riesgo que supone que nosotros o alguien de nuestro entorno termine contagiado. Y a cambio, gracias a que llevamos desde enero disfrutando de los sempiternos desfiles televisivos de brazos humanos sometidos al yugo de la jeringa, los medios han visto filón en ensalzar los efectos adversos de las vacunas, y nosotros, nos hemos echado a temblar pensando que en alguna de esas vacunas nos están inyectando poco más que un veneno mortal destinado a acabar con la especie humana. Sirva de ejemplo para esta paradoja: en España, desde que empezó la pandemia y en números redondos se han diagnosticado unos 3,5 millones de contagiados y certificado unas 70.000 muertes. Esto quiere decir que, de cada 100 personas que se contagian, más de 2 se mueren. Es un dato que, aunque sea solo la mitad pensando que los casos positivos han llegado a ser el doble, asusta solo de pensarlo. Pero si hacemos algo parecido con los datos de las vacunas, y cogemos por ejemplo lo que ha ocurrido con esta que está a punto de llegar desde Estados Unidos, es decir, que de 6 millones de inoculados al otro lado del charco, solamente 6 han padecido un efecto secundario grave, no siempre fallecidos, nos encontramos con que es infinitamente más probable que te caiga el famoso tiesto en la cabeza a que te arrepientas de vacunarte.

Uno más: ¿alguien se ha puesto a leer con calma el consentimiento que se firma por culpa de la anestesia antes de entrar en un quirófano para operar algo tan simple como una apendicitis, por ejemplo? En casos como este, el miedo a las consecuencias por no operarse pesa mucho más que el que le tenemos a la anestesia, y corremos hasta el último párrafo del contrato para estampar un autógrafo antes de que nuestros ojos se abrasen con cualquiera de los letales tecnicismos que abarrotan sus páginas.

Como dije al principio del artículo, en estos tiempos en los que vivimos, la noticia es un producto muy valorado por los mercados informativos, y si se pone de moda hablar de los efectos secundarios de las vacunas, pues allá que van todos a competir por la primicia. Pero nosotros tenemos que ser más listos y valorar en su justa medida el contenido del mensaje. Ser capaces de eliminar las florituras y no dejar que el sensacionalismo alimente nuestro miedo. Quizás alguno tenga la desgracia de sufrir un efecto por culpa de la vacuna. Puede que algún lote de estas vacunas salga mal fabricado, del mismo modo que puede suceder con un producto cualquiera de la mejor marca del mercado. Pero pensad que si no nos vacunamos, al final todos acabaremos pillando el bicho. Y si la proporción de fallecidos se mantiene, cuando acabe la ronda de contagiados, los que tengan la suerte de contarlo no encontrarán un sitio libre donde enterrar a sus muertos.

Francisco Ajates

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