Esta semana, todos los que amamos el baloncesto nos hemos quedado huérfanos. Bueno, quizás los de mi generación, más que huérfanos hemos tenido la sensación de haber perdido a un hermano. Y es que después de llevar más de treinta años disfrutando de este fantástico deporte, incluso de manera activa —aunque algunos ya solamente seamos capaces de arrastrar la suela de las zapatillas por el parqué—, y más de veinte viendo como uno de los mejores deportistas de la historia de nuestro país se forjaba un sillón de oro en el olimpo de los dioses de la canasta, enterarse de que por fin se retira ha sido un golpe muy duro. Y no será porque no lo viésemos venir. Su marcha era esperada desde que hace algo más de un año se lesionó de gravedad. Pero hay que reconocer que con la retirada de Pau Gasol, la mejor etapa del baloncesto español, quizás la mejor de todo el deporte de este país, al menos el de selecciones, ha comenzado a escribir su última crónica.
Sin embargo, a pesar de la tristeza de verle partir, la estela que tanto él como sus compañeros han ido dejando tras de sí a medida que avanzaban en su carrera es tan grande y tan brillante, que han iluminado el camino del triunfo con una llama imperecedera. Entre todos, han colocado el baloncesto de este país en un lugar altísimo, y pase lo que pase de aquí en adelante va a ser difícil que alguien nos baje. Es más, el rédito acumulado por este grupo de deportistas desde que en el 98 ganaron su primer título, cuando aún eran unos chavales, es tan descomunal, que la selección española de baloncesto se ha ganado el perdón eterno; por muy mal que se den las cosas en el futuro.
Y de lo que no nos olvidaremos nunca, es de que Pau Gasol era el capitán de este grupo de gladiadores, armados solo con la garra que da el talento. El talento, y el esfuerzo por superarse. Pau Gasol es un grande del deporte, y no solo en sentido literal. Su palmarés es incomparable, y él fue el primero de otros que más tarde hicieron de la excepción, del sueño inalcanzable, algo corriente hoy en día. Porque son ya doce los jugadores a los que Pau Gasol les abrió la puerta de la NBA en el 2001, cuando hasta ese momento solo uno, Fernando Martín, se había atrevido a saltar el charco. No en vano, cuando aquel larguirucho y desgarbado veinteañero llegó a Memphis, parecía imposible que alguien en este país pudiese competir cara a cara con gigantes de la talla de Tim Duncan, Shaquille O’Neal o Kobe Bryant, y sin embargo ahora, la presencia de españoles en la liga de las estrellas es tan habitual, que a cualquiera de nosotros, incluso a los aficionados, nos cuesta completar la lista de nacionales presentes en las filas de equipos norteamericanos. Y esto, aunque ya lo veamos como algo normal, es el mayor de los títulos conquistados en este deporte. Haber conseguido subir el nivel del baloncesto español hasta lograr que compita cara a cara con los mejores del mundo es sin duda nuestra mejor victoria.
Pero más allá de sus logros deportivos, este tipo de 2,13 metros de estatura encarna la definición de Deportista por excelencia. Ha llegado hasta lo más alto sin decir esta boca es mía, sin meterse en charcos dialécticos, respetándose tanto a sí mismo como a los rivales, y qué decir a sus compañeros. Nadie, nunca, y esas son dos palabras muy grandes, casi tanto como él, ha salido a un micrófono a quejarse de su comportamiento, sino todo lo contrario. Y después de lo que ha conseguido, tanto a nivel particular como colectivo, aún sigue llevando la palabra humildad tatuada en la frente. La misma humildad con la que aterrizó en Estados Unidos hace veinte años. Pau es alguien querido por todos, y a partir de ahora, añorado por todos; más aún por los que disfrutamos del baloncesto.
Se ha ido el más grande, para muchos el mejor deportista español de todos los tiempos, pero aunque ya no le volvamos a ver competir, estoy convencido de que su recuerdo en las canchas será eterno, al igual que su camiseta con el número dieciséis colgada en el Staples Center junto a la de otros dioses del baloncesto: Jamaal Wilkes, Jerry West, James Worthy, Shaquille O’Neal, Kareem Abdul-Jabbar, Magic Johnson, Gail Goodrich, Elgin Baylor, Wilt Chamberlain y claro, Kobe Bryant. Sí, ahí, en el cielo del baloncesto mundial, estará para siempre una camiseta con el nombre de un español grabado en la espalda, para que todo el mundo recuerde que él también fue uno de esos dioses.
Pau, los que amamos este deporte te vamos a echar de menos. Sobre todo los que a tu lado, viéndote crecer como deportista, nos hemos ido haciendo mayores. Mayores, pero orgullosos de verte lograr aquello con lo que antes en este país no nos atrevíamos ni a soñar.
Francisco Ajates