El juego de los destronados

Maldita la gana que tengo siempre de hablar de política. Pero es que lo que está pasando esta semana en el seno del Partido Popular, una agrupación de las que ya tienen solera no solo en este país sino en toda Europa, me ha hecho caer una vez más en la cuenta de lo tremendamente decepcionado que estoy con esta generación de políticos que nos ha tocado en suerte. Un grupo de líderes que parecía llegar a España para darle un vuelco al asunto, cada uno con sus ideas, que de eso trata la política, una visión rejuvenecida, un punto de vista moderno y pragmático, realista y alejado de los grandes gurús del pasado que se negaban a abandonar el estatus de intocables del que gozaban. Un puñado de treintañeros que cuando llegó, prometió dejar atrás de una vez para siempre el «España va bien» de Aznar, o el «No estamos en crisis» de Zapatero, o los papeles de Bárcenas con el famoso M. Rajoy nombrando decenas de apuntes correspondientes a varias entradas en la caja B del partido.
Pero no fue así, nos engañaron a todos. Nos hicieron pensar que la política que llegaba iba a convertir el progreso en lema, y al final lo único que nos han dejado es una guerra constante por ocupar un trono que ninguno ha ganado por méritos propios. Y no hablo del trono de la presidencia, porque ese alguno no lo ha llegado a ver ni siquiera de lejos. Podría decirse incluso que el que lo ocupa ahora lo hace en perpetua zozobra, consciente de lo peligrosos que son los apoyos con los que ostenta el cargo, y por mucho que en otra época dijera de este agua no beberé. Me refiero a simplemente conseguir liderar con perspectiva de futuro el partido para el que sus propios votantes les dieron primero la confianza. Al final, como se veía venir, el tiempo pone a cada uno en su sitio.
Alguien con mucho acierto me dijo una vez que solo el veinte por ciento de las cosas que nos suceden en la vida son debidas al azar o a la mala suerte, como lo queramos llamar. El resto, el otro ochenta, sean buenas o sean malas, son consecuencia del camino que hemos elegido seguir para avanzar en la vida. Dicho de otro modo, somos en mayor medida los responsables de lo que nos sucede. Así, ¿qué se podía esperar entonces que le ocurriera a esta hornada de políticos que desde que les dieron un micrófono lo único que han hecho es tratar de ganar adeptos repartiendo leches dialécticas?

Primero fue Rivera, que cuando ya lo tenía en la mano, después de convencer a muchos españoles de que venía para encarnar la moderación en persona, el centrismo acérrimo y pragmático, decidió darle un giro a su política con la intención de morder un trozo del pastel demasiado grande, mucho más de lo que pensó nunca que podría llegar a probar. Luego, le siguió Pablo Iglesias. Otro jovenzuelo que consiguió movilizar a millones de personas, muchos de los que nunca habían pensado en la política como algo de su incumbencia, y que terminó de caerse de la silla del poder precisamente por empeñarse demasiado en ocupar un sitio que tampoco se había ganado en unas elecciones. Y por último, Pablo Casado, alguien que sin lograr nada especial en todos estos años, llevaba meses en la cuerda floja haciendo soberano el dicho de «por la boca muere el pez», y quizás consciente de que lo más difícil que tenía por delante era recuperar el rédito que alguna vez le habían dado sus propios militantes. No lo consiguió, y en su intento de eliminar a su mayor amenaza hasta el momento, alguien de su propio partido, ha terminado completamente carbonizado. ¿Quién será el próximo en morir en la hoguera?
No voy a decir que me alegro de todo esto que está sucediendo, porque entonces estaría admitiendo que mi país, mi futuro y el de nuestros hijos me importan un bledo. Pero sí que después de ver caer a estos reyes sin trono, tenéis que permitirme que por un instante me permita creer en la justicia política, y que me acueste estos días con la esperanza de que tarde o temprano estaremos orgullosos de nuestros líderes.


No sé cuándo sucederá esto que anhelo, pero por el momento, me conformo con gritarles alto y claro a todos estos personajes que primero nos hicieron creer en el cambio, los que han caído y los que aún no, que ya está bien de tomarnos el pelo. Que se dejen de una vez de jugar al desprestigio, porque así lo único que están consiguiendo es devaluar la clase política hasta niveles inconcebibles, y haciendo que día a día, partidos más extremistas, separatistas, inconstitucionales incluso se froten las manos, satisfechos, y ganen seguidores entre aquellos que ya están cansados de que nadie se fije en ellos.
Señores, por favor, vuelvan a buscar el voto aportando ideas, pero las suyas propias, que repito, de eso trata precisamente la política.

Francisco Ajates

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Política o farándula.

Al final, con lo que ha ocurrido esta semana en el universo político, hemos logrado darle la vuelta a este país. Lo hemos girado tanto sobre sí mismo, que dos mundos otrora completamente antagónicos, han coincidido estos días en luchar por el protagonismo informativo, y uno y el otro se han mezclado hasta el punto de hacerlos prácticamente indistinguibles.

Y es que el terremoto político con epicentro en Murcia ha sido de tal envergadura, que las ondas de este seísmo de despropósitos han terminado por sacudir a todo el estamento político hasta el punto de que todavía hoy, después de varios días, no sabemos cuáles serán los edificios que acaben derrumbándose sobre sus propios cimientos. Sobre todo teniendo en cuenta que alguno de estos edificios ya llevaba tiempo tambaleándose, en gran medida por no ser capaces sus arquitectos de mantener un criterio sólido sobre el que apoyar toda la estructura.

Y lo peor de todo, algo a lo que ya estamos acostumbrados en España, es que cuando las cosas se ponen feas, nuestros gobernantes son los primeros en tirarse al barro a repartir leches dialécticas, muchas veces pretendiendo camuflar los mamporros entre términos de una magnitud tan grande que solo por utilizarlos tan a la ligera debería de caerles la cara al suelo de pura vergüenza. ¿Cuándo se van a dar cuenta todos estos de que el discurso de la confrontación ya no convence a nadie, por mucho que lo llenen con demagogia?

La cuestión, es que como siempre, ha hecho falta muy poco para que vuelva a saltar el muelle de la discordia, y coronavirus a parte, los noticiarios se han llenado una vez más de grandes salvadores de la patria sumándose al carro del oportunismo para tratar de pescar en río revuelto, quizás porque a día de hoy ninguno es capaz de formular un discurso constructivo, y basan sus estrategias en tirarle mierda al de al lado sin importar las consecuencias. Me da la sensación de que había mucha gente agazapada esperando pillar un motivo cualquiera para hacer saltar la banca, y eso es justo lo que ha ocurrido.

Y es que no hay quién pueda con ellos, la verdad. Entre todos estos que están arriba, han conseguido devaluar una profesión tan digna como la de político, y sin darse cuenta provocan en la población justo el efecto contrario de lo que pretenden, que es casi siempre rechazo. Algo que me entristece una barbaridad, en sobremanera por la cantidad de gente que se dedica a esto por pura vocación, muchas veces casi sin recompensa ni protagonismo, y con el único objetivo de ayudar al vecino, sea del color que sea el partido al que pertenece. Eso sí es política y no lo que hacen todos estos gurús que ofrecen la salvación divina por un puñado de votos.

En España hoy, cuando se habla de alta política, el concepto de “todo vale” está un tanto distorsionado, y creo que eso es un error enorme del que va siendo hora que alguien se dé cuenta. Veréis como cuando lo haga, cuando aparezca alguno o alguna con más cabeza que corazón, con más moderación que espíritu combativo, se va a llevar de calle unas elecciones, y si no al tiempo. La diversidad de ideas es fantástica, es una prueba irrefutable de madurez democrática. Pero mientras que los que representan estas ideas no sean capaces de llegar a acuerdos, de tratarse con un mínimo de respeto, lo único que vamos a lograr con tanta disputa política es empujar al país a un estado de zozobra perpetuo del que no vamos a ser capaces de salir por nuestra cuenta; de seguir así, cada vez tendrán más peso en las elecciones, más del que ya tienen, los votos del descontento, y esos son precisamente los que no suelen llamar a las puertas del progreso.

Mientras tanto esto no suceda, seguirá pasando lo que ha ocurrido esta semana, y es que viendo la televisión o leyendo los periódicos, no he sido capaz de distinguir el discurso de Gabilondo hablando del Socialcomunismo del de Kiko Matamoros en Sálvame opinando sobre el nuevo documental de Rociito. Y es que al final, hemos conseguido retorcer tanto este país, que la política se ha convertido en farándula. Pero farándula de la más casposa.

Francisco Ajates

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