Es probable que Maradona a estas alturas de su vida ya no asombrase a nadie con su talento. Bueno, al menos con el futbolístico. Pero su muerte estos días me ha hecho recordar la cantidad ingente de personajes que ha abandonado este mundo antes de tiempo, cuando quizás estaban destinados a cambiarlo. De hecho, la gran mayoría de ellos, lograron dejar para la historia un granito de su genio, algo con lo que la humanidad seguirá eternamente recordando lo triste que fue su fallecimiento.
La lista es casi interminable.
Cantantes como Bob Marley, Camarón de la Isla o Elvis Presley, que lograron hacer que su propio carácter, algo que ellos hacían con pasmosa naturalidad, acabase convirtiéndose en un estilo musical que décadas después de su muerte sigue viendo nacer estrellas tratando de imitarlos; otro ejemplo asombroso es el que forman el fatídicamente conocido grupo de los 27: Jim Morrison, Amy Winehouse, Jimi Hendrix, Janis Joplin. ¿Os imagináis que hubiese sido de la música si Mozart o Schubert hubiesen llegado por lo menos a los 40? ¿O de la literatura, a poco que Oscar Wilde o Edgar Alan Poe hubiesen tratado de evitar que sus miserias terminasen por consumirles la vida?
Siempre he pensado que toda esta gente que llega tan alto, también los que no se han muerto jóvenes, es porque han logrado reunir, a veces por casualidad, en un mismo individuo el talento y la pasión, entendida esta última como la mezcla entre el amor por una cosa y la entrega. No creo que sin juntar esas cosas se llegue tan alto. Si Michael Jordan hubiese nacido en Kenia, por ejemplo, tal vez no llegaría nunca a ser recordado como el mejor jugador de la historia del baloncesto. O si el padre de Mozart hubiese sido un carpintero irlandés, en lugar de un maestro de capilla en la corte de un arzobispo austriaco, pues probablemente el chiquillo habría acabado pasando la garlopa sobre un tablón, en lugar de pintando con su genio las líneas de un pentagrama. El problema, es que muchas veces la genialidad se vuelve en contra de quiénes la poseen, seguramente porque gestionar tanta genialidad es casi más difícil que alcanzarla.
Llegados a este punto, pensaréis que aunque aún no tenía edad para morirse, incluir a Diego Armando Maradona, cuando ya no cumplía los sesenta, en este elenco de genios muertos prematuros, sea un poco exagerado. Pero aunque a algunos les cueste reconocerlo, si echamos la vista atrás y repasamos lo que ha sido su vida hasta ahora y justo después de dejar el deporte, este hombre llevaba casi tres décadas tratando de dilapidar toda la grandeza que atesoró durante sus años de deportista, y por eso no he dudado en meterlo dentro de este grupo de personas que dejan de iluminarnos con la estrella de la genialidad justo cuando la humanidad está empezando a disfrutar de su talento. Lo curioso de todo, y de ahí seguramente su grandeza, es que después de dejar el fútbol, por mucho que se empeñó en parecer siempre un ser grotesco, un completo boludo sumido en una vida calamitosa, rodeado de una desdicha que él mismo fue sembrando con el paso de los años, el tipo nunca bajó ni un solo centímetro del pedestal en el que sus paisanos argentinos lo fueron aupando con cada gol con los que el Pelusa los deleitaba cuando aún tenía capacidad para moverse por un terreno de juego. Es tan grande su estela, puede que la más grande de todas, que aunque falleció como talentoso cuando aún no tenía los cuarenta, ha logrado el perdón eterno. Y ahora, después de muerto, entre todos aunque en mayor medida los argentinos, lo hemos subido al cielo y lo hemos sentando a la derecha de ese Dios al que le quitó la mano en México, en el Mundial de Fútbol del 86 frente a Inglaterra.
Argentina es un país complicado, un tanto revuelto desde hace tiempo, casi como el nuestro. Pero ver estos días a miles de argentinos agolpados en las calles de su patria querida llorando la muerte de su ídolo, a pesar de la pandemia en la que estamos —aunque de esto prefiero no hablar mucho porque daría para otro artículo, uno muy largo y seguramente de los malos—, me ha hecho recordar lo grande que era Diego Armando Maradona. Y al mismo tiempo me ha entristecido pensar en lo que habría logrado si hubiese sido capaz de gestionar solo un poco su grandeza. Sí, Maradona fue un genio, pero no solamente un genio del deporte. Fue y será siempre un ídolo de masas, alguien capaz de hacer olvidar las diferencias, de hacer llorar de pura alegría y al mismo tiempo de tristeza, de unir a un pueblo entero alrededor de la misma hoguera, de vestir siempre el blanco de la pureza por mucho que se empeñase a veces de tirarse al charco de la miseria.
Como dijo Andrés Calamaro en su momento, «Maradona no es una persona cualquiera», y seguramente tenía razón. Por eso me ha parecido oportuno dedicarle estas líneas a modo de despedida, aunque reconozco que muchas veces me he enfadado viendo el reconocimiento que se le daba, a pesar del desastre de persona en el que se había convertido.
Diego, allí donde estés ahora, tómate un mate a nuestra salud, y mira a ver si consigues encontrar a alguno de estos jóvenes genios estúpidos que privaron al mundo de su talento antes de que fuese el momento para hacerlo. Si lo haces, si los encuentras, coge una silla y siéntate junto a ellos. Tú ya no eras tan joven, pero sin lugar a dudas hace mucho que te habías ganado un sitio a su lado por puro empeño.
Francisco Ajates.