Atrapados en Marruecos

Vaya por delante que para nada me gusta hacer gracia de las desgracias ajenas. Y ante todo, espero que la situación por la que están pasando los miles de españoles que esta semana se han visto atrapados en el país vecino, al otro lado del estrecho, a causa de la suspensión de vuelos con Europa, pase rápidamente y todo el mundo pueda regresar a su casa más pronto que tarde. Quizás no vuelvan con el recuerdo que esperaban del viaje a Marruecos, pero estoy seguro de que al menos lo harán convencidos de que las vacaciones habrán sido absolutamente inolvidables.
Ahora bien, más allá de todos aquellos que hoy están allí atrapados por pura obligación, y cuando digo obligación me refiero a temas de índole laboral o familiar, cuestiones que para muchos de ellos y muy a pesar suyo, seguro que eran totalmente ineludibles, ¿a quién coño se le ocurre salir de España con la que está cayendo? Y es que cuando los demás, sobre todo aquí en Asturias, aún estamos tratando de digerir gran parte de las medidas anticovid adoptadas para la Semana Santa, 3000 españoles deciden jugarse el pellejo, metafóricamente hablando, claro está, y cogen un avión para irse a pasear en dromedario por el desierto o a tomarse un té a Marrakech después de visitar su zoco. ¿En serio? ¿Acaso no se habían dado cuenta después de un año de pandemia de que moverse fuera de tu país por gusto es correr un riesgo totalmente innecesario? Igual es que se creían inmunes al virus, y pensaron que también lo eran a las medidas restrictivas. Pero no, no lo eran, y ahora están allí atrapados, sabe Dios por cuánto tiempo, pensando con tristeza en lo agustito que estarían en su casa muriéndose de risa de todos aquellos que ahora están allí muertos de asco, intentando buscar un transporte para regresar a su comunidad autónoma, lugar del que probablemente nunca deberían de haber salido. Algunos estarán incluso viviendo con el temor de que además de perder el tiempo, justo en este momento estén perdiendo su trabajo por no llegar precisamente a tiempo de reincorporarse cuando les toca.


Bueno, juegos de palabras aparte, hay que reconocer que ahora lo tienen bastante fastidiado, y de verdad espero que pronto el gobierno mande un avión a buscarlos, porque me da a mí que Marruecos no es un sitio en el que sobren las ayudas institucionales cuando las cosas se ponen chungas. Pero hablando de turismo, si tengo que compadecerme de alguien, además de las decenas de miles de almas que ya se ha llevado el maldito virus, prefiero hacerlo de las decenas de miles de personas que viven de la hostelería en Asturias y que llevan más de un año viendo dilapidada su estabilidad económica, desesperados muchas veces porque las ayudas prometidas no acaban de llegar, y el negocio por el que apostaron hace años, el lugar en el que pusieron todas sus esperanzas de futuro, el único sustento familiar para muchos de ellos, continúa cerrado a cal y canto, y más ahora que se ha cumplido un año desde el primer confinamiento. Además, imagino que para ellos tiene que ser complicadísimo digerir el hecho de que en otros sitios, algunos con peores índices de incidencia de la pandemia, se enorgullezcan de abrir sus puertas para que el resto vayan a visitarlos; no solo desde otras comunidades, sino también desde otros países, atraídos estos últimos por el reclamo de la barra libre social en tiempos de crisis sanitaria.
Y es que de verdad entiendo que para el dueño de una casa rural en cualquier pueblo asturiano, cueste asimilar por qué estos días en Asturias alguien puede ponerse a hacer cola para cruzar la Senda del Oso en Proaza, o en la playa del Silencio en Cudillero para hacerse un selfie con el Cantábrico de fondo, pero no pueda irse a dormir con su familia, con la misma que convive todo el año, a un hospedaje en Taramundi, por ejemplo. Con lo sencillo que sería para sus dueños algo tan simple como pedir el DNI a todos y cada uno de los huéspedes para cerciorarse de que vienen de la misma casa. Es más, el dueño de ese hotelito, estará ahora mismo asomado en la ventana, viendo con incredulidad las terrazas de los restaurantes de la villa abarrotadas por cientos de asturianos que no se han resistido a quedarse en casa estos días. Cientos de asturianos que más tarde cogerán el coche, algunos quizás más cargados de la cuenta, para dormir en su propia casa cuando hubiese sido mejor que lo hubiesen hecho en ese alojamiento, no quepa duda que cumpliendo con rigurosidad con todas las medidas sanitarias, y así al menos esos hosteleros podrían haber remontado un poco el vuelo después de llevar arrastrándose por el suelo desde marzo del año pasado.


El mensaje está claro. Es mejor salvar vidas que salvar las vacaciones. Yo soy el primero que me sumo a eso, y creo que fue un error enorme tratar de mirar para otro lado durante las pasadas Navidades. Pero aun siendo consciente de lo difícil que es lidiar con esta situación, creo que a veces es peor tomar decisiones a medias. Si abrimos los bares, ¿por qué cerramos a las ocho y dejamos que la clientela se amontone un metro más allá de la terraza en la que minutos antes estaba sentada guardando la distancia pertinente? Si dejamos que un asturiano se desplace a un pueblo a comer una paella, ¿por qué no permitimos que se quede a pasar la noche allí con su familia, controlando que es la misma con la que duerme a diario, y así dejamos que algunos hosteleros levanten la cabeza?
Supongo que todo se basa en limitar la movilidad, con el objetivo último de limitar los contagios. Pero repito, entiendo que para algunos, los que están sufriendo esta pandemia desde otro punto de vista, muchas de estas medidas tomadas a medias no tengan ni pies ni cabeza. Para todos estos, y no para los que se han quedado atrapados en Marruecos por pensar en vacaciones, va este grito de ánimo y esperanza. Tenéis que aguantar un poco para que en unos meses, cuando por fin se acabe esta mierda, podáis volver a recibirnos al resto con los brazos abiertos como siempre habéis hecho. Preparad vuestros hoteles, vuestras casas rurales, vuestros comedores… Las ganas de disfrutar fuera de casa son tantas, que reservar una habitación se volverá casi una hazaña, y veréis cómo en poco tiempo recuperamos lo perdido y hacemos que este mal trago se convierta en un triste recuerdo. Ya casi estamos ahí, solo falta un último esfuerzo, porque a este virus apenas le queda el último aliento.

Francisco Ajates

Compartir

PROCESIONES SÍ, PERO HACIA LA ESPERANZA

Ya llevamos casi un año nadando entre el miedo y el pesimismo, y ahora que por fin se ve la luz al final del túnel, no debemos hacerlo en la imprudencia.
Durante estos doce meses hemos vivido de todo. Cosas que jamás hubiésemos pensado que podrían llegar a suceder se han vuelto cotidianas, como por ejemplo, ver a matemáticos metidos a adivinos, convirtiendo a los infectados en puntos de una gráfica de pronóstico, y dando consejos sobre medicina como si fuesen verdaderos expertos sanitarios, cuando de médicos tienen tanto como de videntes, que es más bien poco. De verdad que de toda esta situación tan triste, algo que hace tiempo que me molesta y que ya más veces he dicho, es que parece que a fuerza de darle credibilidad a estos gurús de la estadística, nos hemos acostumbrado a valorar la gravedad de la situación en función de una gráfica predictiva, y basamos nuestra esperanza de salir de este mal trago en el resultado de una ecuación que se despeja contando muertos, como si detrás de cada número pronosticado no estuviese el rostro de una persona abandonando este mundo cuando aún no le toca.
Ahora bien, siendo objetivos, los enfermos ya son tantos, al igual que los fallecidos, que no nos queda más remedio que contarlos por millares. Y cuando esto sucede, es la propia realidad la que alimenta los gráficos de tendencia, y aparecen las malditas olas de infectados, de las que ya llevamos tres, las dos últimas avivadas por la imprudencia. Y justo ahora cuando aún no nos hemos repuesto de las consecuencias del último maremoto, cuando aún podemos ver en la orilla los restos de espuma de la última de estas olas, la que hemos levantado celebrando la pasada Navidad como si fuese la última, y sí, ha sido la última para muchos, por muy triste que suene, llega la Semana Santa, y hala, otra vez a discutir si es o no conveniente relajarnos para ir de vacaciones. Pero bueno, ¿es que no vamos a escarmentar nunca? ¿No nos hemos cansado ya de ver cómo los ancianos terminan surfeando en estas olas de muertos compartiendo tabla con el mismísimo Lucifer? ¿Cuál es la penitencia que estamos dispuestos a pagar como sociedad, una vez más?

Sé que estamos agotados, que esto ya se está haciendo demasiado largo. Que ya hemos pasado tanto tiempo encerrados, que nos acordamos de lo que hacíamos antes con nostalgia, como si se tratase de un pasado muy lejano, algo casi irreal e inalcanzable. Pero ahora que llevamos casi un año remando, con la vacuna a la vuelta de la esquina, no podemos dejar que haya gente que se muera ahogada en la orilla por culpa de una cuarta ola que sin duda va a llegar si no le ponemos remedio antes. Las medidas tienen que ser preventivas, y no paliativas, porque su eficacia se basa en evitar precisamente que nos contagiemos. Una vez que tenemos el bicho dentro, quizás ya sea tarde para muchos.
Está bien, vale que no podremos salir del Principado, pero, ¿qué problema tenemos los asturianos para disfrutar del descanso en Semana Santa, si vivimos rodeados de tanta maravilla? Será por sitios bonitos en Asturias en los que pasar un día de fiesta, y hacerlo con la esperanza real de que si ponemos de nuestra parte, si hacemos un último esfuerzo, puede que en muy poco tiempo y ayudados por la vacuna, empecemos de verdad a recuperar este verano todo lo que el condenado virus nos ha robado.
Seamos inteligentes, y pongámonos en la piel de este colectivo tan machacado que son los hosteleros. No nos engañemos a nosotros mismos usándolos a ellos como excusa para salvar ahora una Semana Santa que ya fastidiamos el pasado mes de diciembre, y tratemos de ser prudentes para que de verdad puedan empezar a asomar la cabeza este próximo verano. Porque quizás no se mueran a causa de la enfermedad, pero como esto no cambie un poco, alguno lo va a hacer de hambre.
Además, si hay alguna cosa que celebrar estas próximas fiestas, que sea que de una vez por todas los gobernantes en este país parece que se van a poner de acuerdo en algo, aunque ese algo sea tan duro como seguir manteniendo las fronteras de las comunidades cerradas a cal y canto. ¿Será que por fin está cambiando algo en la política de este país? ¿Será que el virus va a lograr lo que hasta ahora no ha logrado la cordura democrática?
Sea como fuere, si hacemos este último esfuerzo y conseguimos con las medidas mejorar de cara al verano, quizás justo después, en septiembre por ejemplo, hasta el bueno de Isaac Molina logre una vez más juntarnos a todos al calor de un salón de actos para contarnos una nueva aventura.

Francisco Ajates

Compartir