Probablemente la de gobernante sea la profesión más difícil de este mundo, eso no lo voy a discutir, aunque permitidme que deje un pequeño resquicio para la duda, pero con total seguridad puedo admitir que en una situación como esta que nos trae de cabeza, con una pandemia mundial amenazando con exterminar la vida humana, si no del todo sí al menos como la veníamos conociendo hasta el momento, la complejidad de cada una de las decisiones que tienen que adoptar los gobernantes debe de ser de dimensiones legendarias.
Porque reconozcámoslo, hagan lo que hagan, nunca llueve a gusto de todos y claro, en medio de esta absurda disparidad de criterios que la mayoría de las veces no tienen que ver tanto con la salud como sí con decisiones partidistas, nos ha pillado la tercera ola de infectados. Una ola que ya veíamos venir desde lejos, como también vieron los meteorólogos a la famosa Filomena, y que pensamos que iba a pasar de largo sin romper en nuestra orilla. Y eso que ya sabemos de sobra los que vivimos en la costa que las olas, en cuanto tocan tierra si no antes, estallan y lo envuelven todo en su espuma blanquecina, sin importarles lo más mínimo que las chanclas olvidadas en la arena sean las del mismísimo Papá Noel. Quisimos nadar y guardar la ropa, y ahora nos toca poner a secar los calcetines mojados.
Lo que no contábamos aquí en Asturias es que, durante el mes de enero, íbamos a volvernos locos intentando desgranar este complejo galimatías al que nos han abocado los que mandan en la comunidad, seguramente porque es lo poco que pueden hacer para aparentar que tienen la situación controlada, cuando lo único que les queda es cerrar los ojos y confiar en el sentido común de los ciudadanos, que en muchos casos, admitámoslo, no es el más común de los sentidos. Y es que nos hemos levantado esta semana con un maremagno de medidas que no hay Dios quién entienda, y mucho menos quién sea capaz de acatar. O bien nos leemos todas las mañanas, y lo hacemos con ojo crítico y analista, la publicación del BOPA más reciente, o nos arriesgamos a que nos multe cualquier policía municipal que nos pille incumpliendo alguna norma de las decretadas a última hora del día anterior, sin ni siquiera saber que lo estamos haciendo mal.
De hecho, algo nuevo que no conocíamos hasta ahora y que me ha hecho mucha gracia ver cómo se volvía tema de discusión en las redes sociales es que, víctimas de este gigante bisturí sanitario del que hablan, los concejos del Principado han entrado a formar parte de un concurso parecido al que llevamos años sufriendo en la televisión, bailando cada día con el riesgo de ser nominados y por ende, confinados sus ciudadanos a vivir encerrados entre las fronteras que los definen como ayuntamiento a poco que los índices de infectados aumenten, como lo hacen en el concurso los votos de los espectadores. Es de locos, imaginarse al presidente de la comunidad autónoma con peluca rubia detrás de un púlpito y frente a una cámara, leyendo en tono autoritario cada noche en prime time los resultados de las votaciones después del recuento sanitario: Oviedo, estás nominado; Castrillón, estás nominado; Avilés, estás nominado… ¿Qué va a ser lo próximo? Veréis cómo de seguir así, alguno de estos concejos —Grado por ejemplo, que está ganando en las votaciones, así que sus habitantes mejor que se anden con cuidado— termina por ser expulsado, y a ver cómo hacemos el resto cuando tengamos que pasar por alguna de sus carreteras, y nos encontremos con un agujero en el terreno del tamaño que tiene el municipio.
Ahora bien, aunque suene a chiste no debemos descuidarnos, porque en cualquier momento a alguien se lo ocurre darle una vuelta de tuerca a esto de las competencias, e imaginad qué pasaría si en lugar de ser las comunidades autónomas las que reclamen potestad para legislar en tiempos de crisis, son los alcaldes de estos municipios nominados los que se vuelven paladines de la eficacia sanitaria, y comienzan a pelear por tomar ellos las riendas de la situación en sus propios concejos. Solo de pensarlo se me ponen los pelos como escarpias. ¿Pensáis cómo sería vivir en un municipio en el que para ir a comprar al Mercadona, dos calles más abajo que la tuya, tuvieseis que pedirle un salvoconducto al presidente de la comunidad de vecinos de vuestro edificio, explicándole claramente que, «o compras de una maldita vez el café, o si no vas a dejar de levantarte de la cama por las mañanas?» Pues si nos despistamos, eso va a ser lo que nos quede de aquí hasta el final de la pandemia.
Vale, bromas aparte, repito que gobernar en esta situación tiene que ser complicadísimo y tenemos que tener paciencia, porque si además lo tienes que hacer intentando contentarnos a todos, y sobre todo siguiendo una estrategia política que insisto, muchas veces no tiene que ver con criterios sanitarios y sí con no perder votos en las próximas elecciones, pues incluso aún más difícil. Así que para salir de esta, lo único que nos queda es mirarnos al ombligo y hacer un último esfuerzo por extremar las precauciones, si no por nosotros, sí por nuestros mayores que aún se siguen muriendo cuando les metemos en casa el maldito virus, y que lo seguirán haciendo hasta que logremos vacunarlos a todos.
Lo dicho, un esfuerzo más y en unos meses esta pesadilla habrá pasado. Estoy seguro.
Francisco Ajates