El amor por un hijo es eterno

Sé que este artículo llega una semana tarde, pero he preferido posponerlo unos días para hacerlo ahora con la mente más fría. Seguramente, de haberlo escrito el día que la triste noticia de la aparición del cuerpo de Olivia, la niña tinerfeña secuestrada 45 días antes por su padre, nos golpeó con fuerza en las narices, más tarde terminaría por arrepentirme del color de las frases que iba a utilizar para pintar el estado de ánimo en el que me encontraba; como con seguridad le sucedía ese día a los habitantes de este país en el que entendemos el significado de la palabra familia como solamente nadie más en el mundo entero lo hace.
Y ahora que han pasado unos días desde que nos hemos enterado de que Olivia está muerta, en lugar de usar este artículo para maldecir a la bestia inhumana que la ha matado, he preferido hacer un llamamiento para que entre todos intentemos que cambie algo en esta sociedad; que seamos capaces primero de detectar a estos enajenados mentales que no tienen otro sitio mejor en el que estar que tras los barrotes de una cárcel para dementes. Y para que siempre, pase lo que pase entre dos adultos, nos esforcemos por alejar a los niños del yugo de la crueldad y de la violencia, porque ellos son siempre inocentes condenados sin juicio justo. Los niños solo quieren ser felices, y su felicidad es muy barata. Basta con darles el cariño que se merecen solo por el hecho de haber venido a este mundo sin pedirles permiso para traerles.
Y que conste que me niego a admitir que el ser humano es capaz de hacer tanto daño solamente por rencor hacia los demás. No, es imposible. Tiene que haber una especie de interruptor en la cabeza de una persona para que en un momento dado deje de ser precisamente eso, persona. Y así, sin darse cuenta, se convierta en un animal descerebrado y sin alma, capaz entonces de hacer sufrir a cualquiera, incluso a sus propios hijos.Imaginad una balanza en la que a un lado ponemos todo el odio que sentimos hacia un tercero, y al otro, el amor infinito que se siente hacia un hijo. Esa personita que por mucho que te lleve de cabeza a veces, cuando necesita ayuda te mira con ojos de admiración sabiendo que siempre estarás ahí para protegerle; sangre de tu sangre, alguien que has visto nacer y crecer a tu lado, que siempre querrás tanto que hasta te duele verle sufrir por lo más nimio, y que no dudarías en morir, si fuese necesario hacerlo, por mantenerlo a él con vida en caso de riesgo. Pues bien, ¿quién en su sano juicio dejaría que en esa balanza el odio pesara tanto como para hacer despreciable ese amor eterno? ¿A caso no tendría que estar rematadamente loco aquel que fuese capaz de mirar a la cara a esa criatura indefensa, y arrancarle la vida de un plumazo y sin contemplaciones? Yo personalmente no lo creo, me parece imposible. Y por esa razón pienso que, a pesar de este caso tan desgarrador, aunque haya gente capaz de atesorar mucho odio hacia los otros, no hay tantos tan locos como para usar a sus propios hijos de munición. Y los que haya, repito, tenemos que ser capaces de encerrarlos antes de que puedan hacer tanto daño como esta alimaña a la que esas pobres niñas llamaban papá.

No hay palabras que puedan expresar el dolor que tiene que estar sufriendo esa madre, y por mucho que tratemos de de darle consuelo, de decirle los españoles que aquí estamos para ayudarla, y ella ponga todo su empeño en sentir el aliento del resto cerca, estoy seguro de que ahora mismo daría su vida un millón de veces por recuperar un solo día la de sus dos hijas. Y ese es un sentimiento tan profundamente triste, algo que debe de calar tan adentro, que lo mejor que podemos hacer es dejarla pasar el duelo como pueda, y desear que en un futuro sea capaz de rehacer un poquito su vida. No será fácil, no queramos engañarnos ni engañarla a ella dedicándole palabras de ánimo que resuenan vacías después de escucharlas mil veces. Porque lo que le ha sucedido es tan trágico, que no creo que nadie que haya pasado por algo la mitad de doloroso sea capaz de mirar algún día hacia adelante. Pero de todo corazón espero, que aunque no lo supere nunca, al menos logre encontrar un resquicio de aliento para seguir luchando por Anna y Olivia.
No, ellas ya no están con nosotros. Pero si esa pobre madre es capaz de seguir sintiendo dentro de su pecho el latir eterno del corazón de sus dos hijas, conseguirá demostrarle al mundo entero que el amor por un hijo es algo imperecedero. Es un sentimiento tan grande, que ni el odio infinito puede agotarlo.

Francisco Ajates

Compartir

La libertad de expresión no se defiende con violencia.

No podemos dejar que el descontento nos lleve a defender ideales equivocados.

Seguramente el señor Pablo Hásel es un genio de las rimas, no voy a ser yo quien ponga en duda su capacidad artística. Y admito, que aunque alguna vez me he acercado a sus letras solo por la curiosidad de ver de qué trataban, siempre me he visto atrapado con un extraño magnetismo hasta el último segundo de cada canción de las que he escuchado.
Pero más allá de reconocer que quizás sea un buen rapero, me niego a nombrar a este fulano pendenciero como abanderado de la libertad de expresión en este país; como tampoco a los que abarrotan las calles repartiendo madera al grito de que están cansados de vivir en un país tirano y opresor. Todo, cuando ninguno de ellos, como tampoco yo gracias a Dios, saben lo que es vivir bajo el yugo de una tiranía; una de las de verdad, y no la del despertador que te obliga a salir de la cama e ir al trabajo a ganar un sueldo con el que pagar la hipoteca. Seguramente una prueba de que están viviendo en un país con libertad, es que después de salir en tropel cada noche a destrozar el mobiliario urbano, el que todos pagamos con nuestros impuestos —también los padres de muchos de ellos—, regresan a su casa tan tranquilos, a presumir de las hazañas en un grupo de WhatsApp sin asumir ninguna consecuencia por sus actos.
La libertad de expresión es un derecho fundamental al que no podemos renunciar, pero cuidado, porque a veces para algunos, la libertad de expresión y la agresión verbal se mueven a los lados de una línea muy fina. Y este rapero de moda al que muchos defienden como si se tratase del mismísimo Mahatma Gandhi, adornando sus letras con mensajes demagogos a los que cualquiera puede sumarse sin falta de hacer un esfuerzo muy grande de solidaridad, ha dejado perlas del tipo que sigue, por si alguno no las conoce:
«Merece que explote el coche de Patxi López.
No me da pena tu tiro en la nuca, pepero.
No me da pena tu tiro en la nuca, socialisto.
Que alguien clave un piolet en la cabeza de José Bono.
Mi hermano entra en la sede del PP gritando ¡Gora ETA! A mí no me venden el cuento de quiénes son los malos, solo pienso en matarlos.
¿50 policías heridos? Estos mercenarios de mierda se muerden la lengua pegando hostias y dicen que están heridos… »

Y no sigo, porque cada frase que leo aunque rime con estilo en el cuerpo de una canción, me revuelve las tripas, y deja de ser arte y se convierte en agresión desde el momento en el que aboga por que una persona, la que sea, acabe con un tiro en la nuca; o porque alguien al que considera su hermano entre en un lugar enalteciendo una de las peores lacras a las que ha tenido que enfrentarse este país no hace tantos años, como fue el terrorismo de ETA. ¿Cuál es la diferencia de estas letras a otras que hablaran de: «pegarle un tiro a tu mujer por mirarle a los ojos al vecino», o que dijeran algo así como «muerte al inmigrante que nos viene a quitar el trabajo»? ¿Alguien tendría dudas de que esas frases serían dignas de sentar al que las pronunciara delante de un juez por incitar a la violencia? Yo no, vamos, porque cualquiera de estas dos, al igual que las anteriores, me parecen repulsivas, y creo que provocan justo lo que está ocurriendo ahora, que cientos de personas salgan a repartir hostias pensando que en eso consiste la libertad de expresión.
No voy a negar que hay mucho que cambiar en España. Y en este caso, aunque sea darle un poco la razón a este tipo al que se le llena la boca apaleando policías, a estas alturas cuesta creer que en un país como este que se tilda de moderno siga habiendo en el código penal un delito que se llama “Injurias a la corona”, independientemente de la estima que le tengamos o no a la institución que representa. Lo que ocurre, es que el hecho de que haya leyes que no nos gusten a todos, es una muestra más de que aquí vivimos en un país libre, y aunque no queramos reconocerlo, estas leyes las formulan los que entre todos hemos puesto al frente haciendo uso del mayor derecho de expresión que existe, que es el de ir a votar con plena libertad de elección cada cuatro años.


Esto no quiere decir que si algo no nos gusta no lo digamos. Tenemos que gritar a los cuatro vientos cualquier injusticia de la que seamos testigos. Hacer uso siempre de nuestro derecho de libertad de expresión, pero nunca, nunca, pensar que la violencia, verbal o física, es una expresión de libertad, sino justo lo contrario. Y los que la practican, o los que la defienden, son los máximos exponentes de un sistema opresor y tirano, aunque sea precisamente de lo que se quejen.
El fascismo tiene muchas caras, y no todas peinan un bigote.

Francisco Ajates

Compartir